Este año entra la Cuaresma el 17 de febrero pero, forzados a incontables abstinencias por el Covid-19, parece que ésta lleve una eternidad con nosotros. El Fastelavn del 2021 se nos ha quedado a media palabra, ha perdido su “lavn” (víspera) y se ha quedado en triste “faste”(ayuno). En Dinamarca se han congelado en el aire las varas de aporrear barriles y, en España, Tenerife se queda sin juerga y sin reina. Toca apurar un poquito más las velas, alargar la temporada del Glogg y recojernos en hygge interior hasta que AstraZeneca y Pfizer cumplan con la tarea encomendada.
Las bajas temperaturas nórdicas hacen que resulte difícil imaginarse comparsas de Carnaval desfilando con bufandas y gorros calados hasta las orejas. En medio de un mes frío y lluvioso, el pensamiento vuela hacia climas más templados donde, en tiempos de normalidad, febrero exhibe con descaro colores deslumbrantes. La nostalgia de tiempos más benignos y despreocupados nos hace suspirar por el jolgorio y el colorido de los carnavales de las Canarias, de Sitges, de Cádiz o de Badajoz.
Los daneses, sin embargo, tienen un sentido práctico envidiable y entendieron enseguida que no era de recibo andar paseando por las calles ligeritos de ropa con los termómetros a bajo cero. Algún danés con ganas de pasarlo bien tuvo, allá por los 80, la genial idea de que mayo sería el mes perfecto para celebrar el Carnaval en condiciones. Y así nació el carnaval de Aalborg que, en su última convocatoria del 2019 congregó a 85.000 personas nada menos. El pistoletazo de salida de este año será el 23 de mayo. No es seguro que para entonces podamos olvidarnos completamente de ayunos y abstinencias, pero puede que sirva para ir calentando motores.
Se suele situar el origen del Carnaval en fiestas como las dionisias griegas -en honor al dios Dionisio-, las saturnales romanas -celebraciones del solsticio de invierno-, las lupercales -celebraciones de rituales de fertilidad- o las bacanales -fiestas en honor del dios Baco. Más tarde, el cristianismo decidió trasladar las fiestas que permitían el exceso y el desenfreno al periodo previo a la Cuaresma, enmarcándolas así en el contexto cristiano. Actualmente, en los países donde la tradición católica tiene fuerte presencia, es impensable mover el Carnaval a otras fechas. En Dinamarca, sin embargo, la fiesta del Carnaval ha quedado desligada de su contexto cristiano y por eso no ha supuesto ningún problema moverla en el calendario.
Retrocediendo en el tiempo, descubrimos una curiosa tradición de carnaval muy ligada a los orígenes paganos de la fiesta. En las islas danesas de Lolland y Faster y en algunos lugares de Selandia, Fionia y del sur de Jutlandia se celebraba una fiesta en la que participaba el pueblo en pleno y en la que Baco tenía un lugar destacado. En esta peculiar celebración, una veintena de personajes desfilaba por el pueblo llevando a Baco, vestido de blanco y con la barriga llena de paja, sobre un trono de madera. Baco iba rodeado de agua, que echaba encima de aquellos que se acercaban demasiado. Entre los personajes que le acompañaban se encontraban el afilador, el policía, los mozos, el invierno, el verano, el cosechador de trigo, la huevera y varios músicos y cantantes. La comitiva se iba parando en cada casa, donde pedían comida y bebida que los anfitriones regalaban gustosos. Durante la visita, se cantaba y se bailaba y se hacían bufonadas de acuerdo con el carácter de cada personaje. Tras las visitas y con la panza llena de cerveza, se remataba la celebración con una fiesta final a la que estaban invitados todos los anfitriones y en la que se bailaba y se festejaba hasta el amanecer. La fiesta dejó de celebrarse en la década de los 40 y ya pocos se acuerdan de ella, pero es prueba fehaciente de que Dinamarca también participaba en la celebración del exceso de modo similar a como lo hacían en muchas otras partes de Europa. Está claro que una buena juerga apetece a todo el mundo.